Hace algunos días fui a mi librería de confianza (Gandhi) con una lista de libros por comprar en mano la cual ha crecido mucho en las últimas semanas gracias a las acertadas recomendaciones de mi sensei en literatura Javier Aranda. No, no trato de hacer un comercial refiriendo el nombre de la tienda a la que fui, pero es una realidad que es la librería mejor surtida en la ciudad donde vivo y para mi cada visita es como si un niño fuera a Disney World por primera vez.
Mi idea era comprar no más de dos libros ya que, como ha ocurrido en otras ocasiones cuando lo hago, leo uno y cuando me dispongo a leer el segundo o tercero no tengo humor para leer ese tipo de texto.
Busqué desesperadamente «La puta de Babilonia» ya que andaba en el tenor de leer algo así. Lastimosamente el encargado me informó que no lo tenían, que sólo estaba en bodega y como era domingo la tenían cerrada. Vaya pues.
Para no hacerles el cuento muy largo, salí con cuatro títulos en mano, de los cuales empecé por leer a Octavio Paz con «La llama doble: Amor y erotismo«. Confieso que nada de lo que he leído de él me ha atrapado lo suficiente. El libro no es malo, solamente que no era lo que yo esperaba. Pero no me distraeré hablando de algo que no me gustó.
Después de mi desencanto con Paz, proseguí con un libro que no estaba en mi lista de lecturas pendientes pero fue una tentación verlo sobre el librero y no hacerme de él: Compendio de los poemas «Adán y Eva», «Tarumba» y «Diario semanario y poemas en prosa» por Jaime Sabines.
No puedo negar que cada vez que compro un nuevo título de Jaime Sabines guardo muy altas expectativas sobre lo que voy a encontrar en el texto. Desde que descubrí las letras de este gran escritor chiapaneco mi pasión por ellas ha ido incrementándose. Ah ¡cómo me hubiera gustado vivir en su tiempo para haber tenido la oportunidad de conversar con él! Cuando murió era yo apenas una niña y en realidad no lo hacía en el mundo aún.
El libro resultó simplemente un deleite para leer y releer, por lo que a continuación les comparto unos extractos que hice del mismo.
Que los disfruten al igual que yo lo hice.
Adán y Eva.
«Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas?
Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin risas.
¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles?
Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo.
Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.
Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.
¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.»
Poemas en Prosa.
«Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?»
«Ocurre que la realidad es superior a los sueños. En vez de pedir «déjame soñar», se debería decir: «déjame mirar».
Juega uno a vivir.»
«Y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo.»
Sin rebuscamientos, claro y sencillo su lenguaje, pero no por eso menos poético. Hermoso fragmento.