«La bondad y la maldad son, indudablemente, el gran misterio. Esta trágica dualidad se refleja sobre la cara del hombre donde, lenta pero inexorablemente, dejan su huella los sentimientos y las pasiones, los afectos y los rencores, la fe, la ilusión y los desencantos, las muertes que hemos vivido o presentido, los otoños que nos entristecieron o desalentaron, los amores que nos han hechizado, los fantasmas que, en sus sueños o en sus ficciones, nos visitan o acosan.» – E. Sabato.
Muy agradable recomendación me hizo hace poco tiempo una amiga, leer «La Resistencia» de la pluma del escritor argentino Ernesto Sabato. Creo que el libro no pudo llegar más casualmente a mis manos en el momento adecuado, me ha hecho reflexionar enormemente y quiero compartirles algunos de estos pensamientos.
El texto ahonda en los valores que los seres humanos hemos perdido conforme van pasando las décadas: la dignidad, el estoicismo del hombre ante la adversidad, la vergüenza, las alegrías simples y la entereza moral. Y así como los anteriores, el afecto, una práctica la cual considero muy importante y que se ha ido degradado; léase como el contacto personal, el mirarse a los ojos, escucharse, tocarse, compartir.
No es lo mismo encontrarte en un elevador de la oficina a cuatro cabezas agachadas leyendo o escribiendo en sus teléfonos móviles, perdidos cual si lo que tuvieran a su lado fuera un mueble, que a cuatro personas compartiendo unas cuantas palabras o hasta un abrazo quizá con aquellos que coinciden a diario.
Dicen los que saben que el afecto puede llegar a curar hasta enfermedades físicas, ni qué decir de las emocionales.
Es una realidad que en el pos-modernismo nos visualizamos como entes preocupados por nuestra propia satisfacción, ante todo y a pesar de los demás. Pero hace falta que nos preguntemos: ¿acaso vivimos solos?
Lo relativo.
Las culturas y las religiones relativizan los valores, cosa que, en sentido estricto, provoca que se pierda todo entendimiento o razón. Entonces ¿a quién creerle? ¿al budismo? ¿al cristianismo? ¿a la Biblia? ¿a la Atalaya? ¿a Bin Laden? ¿a lo que dice la mujer que lee las cartas? ¿a la supuesta historia?
Difícil saberlo, difícil definir quién posee la verdad absoluta.
Siempre he sido partidaria del pensamiento de que todo en esta vida es relativo, nada es absoluto; y de la misma forma siento que para todo hay un límite. La teoría es: Todo depende del cristal a través del cual estamos mirando. En este sentido, para un ser humano lo bello puede llegar a ser horrible para otro, lo malo puede ser positivo también. Entonces, ¿en dónde se encuentra la línea que divide el bien y el mal? ¿quién dicta si un comportamiento es correcto o no? ¿la sociedad o la cultura lo definen o simplemente puedo optar por hacer lo que me venga en gana? Total, es bueno para mi, los demás ¡qué importan! ¿Qué tan permisivos podemos ser con demás en aras de otorgarles satisfacción y elección plena?
Lo que creo hoy es que lo bueno y lo malo es definido por nuestra propia conciencia, y la línea que los divide está fundamentada en el daño físico o moral que puedes causar a otros. Importante también que el ser humano crea y se aferre a alguna creencia y no caer en el nihilismo que en cierto sentido provoca un déficit de valores y en algunos casos la pérdida del sentido de la existencia.
Pero ¿Qué es la resistencia?
En primera instancia la palabra nos puede llevar a relacionarla con la rebeldía, pero el libro no se refiere precisamente a eso. Voy a dejar que el mismo Sabato la defina:
«De nuestro compromiso ante la orfandad puede surgir otra manera de vivir, donde el replegarse sobre sí mismo sea escándalo, donde el hombre pueda descubrir y crear una existencia diferente. La historia es el más grande conjunto de aberraciones, guerras, persecuciones, torturas e injusticias, pero, a la vez, o por eso mismo, millones de hombres y mujeres se sacrifican para cuidar a los más desventurados. Ellos encarnan la resistencia.»
Esto es, dejar de vivir ensimismados. De soltar lo material y preocuparnos más por lo humano, de ayudar a los demás, de dejar de sentir que este mundo no nos merece y esperar todo de todos. Se trata de ser solidarios, se trata de dar amor. Con esto, aseguro sin temor a equivocarme, vamos a recibir muchísimo más de todo eso que nos llena como seres humanos. Así como procuro mi propio bien, procurar el de los demás.
Y no, no estoy hablando de religión, sino de valores básicos que todos los que conformamos una sociedad debemos de tener por simple respeto, por hermandad. La invitación es a resistir, a no dejarnos llevar por la superficialidad, por las carreras del día a día, por la envidia o el mal.
La encomienda es detenernos a «abrazar» de alguna forma posible, ya que, al fin y al cabo, lo que queda son esas bellas acciones que recibimos de los demás. No nos podemos llevar nada que no sea espiritual con nosotros a ese viaje eterno.
Como bien dijo Camus, “La libertad no está hecha de privilegios, sino que está hecha sobre todo de deberes”.