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No hundamos más el barco

Esta semana he tenido que viajar por asuntos de trabajo a una ciudad de Estados Unidos a la que siempre he considerado una ciudad tranquila y muy fría. La mayor parte del año tiene temperaturas debajo de 5 grados centígrados, lo que a veces me dificulta el adaptarme a estar aquí por motivos laborales ya que soy nacida en la costa mexicana, prefiero y estoy muy acostumbrada a las altas temperaturas.

Durante este viaje, departía con mis compañeros de trabajo en casa de uno de ellos que amablemente prestó su casa realizar una reunión nocturna después de haber terminado nuestras labores. La casa de esta persona se encuentra localizada en lo que se podría llamar un bosque, con una vegetación hermosa, toda el área tupida de árboles.  Mi mayor sorpresa fue cuando pasamos al jardín a cenar, éste era enorme, con varios juegos para niños y una alberca en el centro. Pero no, lo que me sorprendió no fue lo grande del jardín, sino el voltear a mi alrededor y percatarme de que no había protección ó barda alguna que le diera seguridad a la propiedad. Mi primer pensamiento fue: “En México ya se hubieran robado todos los juegos y si pudieran hasta la alberca”. La mayoría de las casas de esta ciudad son así, no tienen seguridad alguna,porque no es necesaria. La mayoría de la gente tiene valores, ha sido bien educada en ellos, respeta lo que no es suyo y lo que no se ha ganado con su propio esfuerzo, no trata de dañar al prójimo, al contrario, la mayoría son muy amables y educados o por lo menos la gente que me ha tocado tratar en este país.

El día de hoy me entero de la tragedia sucedida en el Casino Royale en Monterrey y no puedo más que realizar una comparación mental acerca de la estabilidad social y la seguridad que se tiene en ambos países. No me cabe la menor duda que es una gran responsabilidad la que tenemos en ser mejores seres humanos cada día. No es casualidad que en esta ciudad de Estados Unidos se viva tan tranquilamente, es el resultado de una buena educación, cosa que desgraciadamente no sucede en nuestro país. Las razones por las que amo a México son infinitas,  pero no puedo dejar de reconocer que en el ámbito de valores, civismo y moral, estamos muy por debajo de los Estados Unidos.

No pienso tocar el tema acerca de quién es o son los responsables de la tragedia ocurrida hoy en Monterrey. Ese tema ya ha sido más que debatido en más de alguna ocasión.  Lo que me horroriza sabernos tan vulnerables. El pensar que un día cualquiera podemos no formar ya parte de este mundo y que ello haya sido provocado por una injusticia. Se me enchina la piel al ponerme en los zapatos de los familiares de las personas que han muerto el día de hoy en este suceso y de los 50,000 más que han muerto durante esta guerra. ¡Qué impotencia, qué dolor!

Imaginen solamente que un día cualquiera salen de su casa, se despiden de su familia, y por azares del destino eres víctima de la delincuencia, eres secuestrado o te toca una bala perdida o te asaltan, o como en este caso sales a divertirte un rato sin saber que ya no regresarás, que te quedarás sin los besos y abrazos de tus seres queridos, que no escucharás más las risas de tus niños, de tus nietos, de tus sobrinos; que ellos se pasaran la vida llorándote, extrañándote, sufriéndote y sabiéndote lejos, tan lejos que no tienes oportunidad de retorno.

Dicen que las lágrimas son sanadoras y doy la razón, pero también pienso que cuando existe tanto odio,  tanta crueldad e impunidad no hay oportunidad de una sanación total. Las peores lágrimas son las de la impotencia.


Por las víctimas, por sus familias, por ellos… Por toda la sangre y todas las lágrimas derramadas,  por la infinita tristeza y desesperanza que invade al país. Pidamos por ellos y provoquemos que éste sea un mejor lugar donde vivir. ¡A movernos! Somos muchos y es muy bueno lo que podemos provocar con nuestras buenas acciones.

No hundamos más el barco…

Texto publicado en SDPnoticias.com el 25 de Agosto de 2011 – http://tiny.cc/kxtqr

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